Ella sabía que la calabaza no era su carroza, y
que su príncipe no era tan real.
En cambio él sabía que los cuentos con un final
feliz no existían y que los dragones que debería vencer, sólo eran los miedos
que ambos tenían.
Ella fue caminando, mientras él fue a lomos de su
bicicleta, recorriendo juntos el bosque en el que ambos sabían que sus miedos
allí ya no acechaban.
Porque los cuentos y los dragones sólo existían en
las mejores historias de amor fantásticas.
En realidad, esos dragones son nuestros miedos y
las princesas y los príncipes son las virtudes que poseemos. Ambos son parte de
nosotros, pero en ocasiones preferimos amar los defectos, antes de fijarnos en
las virtudes.
Sólo en ese preciso momento, ni los dragones son
tan fantásticos, ni los príncipes de cuento tan reales.
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